20.11.13

Crítica de "Intervalo", por Alejandro Laborie.

INTERVALO, UNA OBRA ACERCA DEL TIEMPO

Por: Alejandro Laborie Elías

El tiempo. Todos luchamos, al menos los que vivimos en las grandes urbes, contra él, otros no y hasta están pensando como "matar el tiempo". Sin embargo, ¿qué es el tiempo? Respuestas hay muchas, desde las científicas, las filosóficas y las de la gente común y corriente. Hay quienes creen que antes y después de nuestro trascurrir terrenal no existe el tiempo, éste es un intervalo al que se le denomina vida. Precisamente esta idea da título a la puesta en escena Intervalo, escrita y dirigida por Guillermo Amador, que se presentó en el marco del ciclo Teatro Emergente, auspiciado por El Milagro, consistente en dar oportunidad a dramaturgos, directores y actores con propuestas innovadoras, arriesgadas y, en varios casos, irreverentes.

El dramaturgo-director considera que todo su planteamiento se centra en una obra acerca del tiempo. En algunos momentos con reflexiones que pueden parecer osadías, como por qué recordamos el pasado y no el futuro; sobre como lo desperdiciamos, cuando alguien o algo nos lo roba (por ejemplo transportarse de un lado a otro, el dedicado a hacer filas para tal o cual cosa, las horas invertidas a la televisión, Internet o juegos electrónicos). Si el tiempo es un fenómeno que sucede en el universo, no podemos cambiarlo; si es un fenómeno producto de nuestra percepción podemos manipularlo, al menos modificar los patrones de medición.

Al tiempo lo relacionamos con el movimiento, de hecho lo medimos por los movimientos de traslación y rotación de la Tierra, entre otros. Hemos creado aparatos -relojes de varias clases, desde los de sol y arena, hasta los más modernos que funcionan con energía solar-, para darnos una edad cronológica, llegar puntuales a nuestras citas, programar un viaje y un infinito etcétera. Sin embargo, en términos reales somos incapaces de comprender la esencia del tiempo, necesitamos de símbolos, sólo nos limitamos a darle interpretaciones.

Guillermo Amador se adentra en el tema, no como un tratado filosófico o científico, sino desde la perspectiva de un hombre de teatro, plasma sus ideas y conceptos en el escenario. Si el tema es escabroso en su tratamiento, más lo es montarlo. En un lugar, puede ser cualquiera, una jovencita padece el encierro, provocado por ella misma. Ese espacio puede ser la cárcel en la que el tiempo la aprisiona. Un hombre, su padre, del otro lado del muro, desea liberarla, hay una lucha entre ellos y trascurrir de las horas; tal vez si, tal vez no, simplemente es una lectura posible, pero no por fuerza la pretendida por al escritor.

Dos actores rodeados de una escenografía, de esas que poseen todo y nada, objetos simbólicos como relojes de arena y mecánicos, libros, muñecas desmembradas, un pedazo de maniquí -medio tétrico por cierto-, títeres -de excelente manufactura y muy bien manipulados por los propios actores- y una ventana, casi sugerida, donde las hojas de los calendarios hacen de la suyas. Un teatro innovador, mezcla de géneros y estilos, a tal grado que hay una escena con un Stand Up -mal llamado así porque lo que presenta Amador no lo es en estricto sentido- por cierto con una duración exagerada. 

Una iluminación que se desarrolla entre la penumbra, los apagones y luz directa al foco escénico. Si bien hay un hilo conductor hay rompimientos en la trama, lógica dentro de lo ilógico; metafísica dramatúrgica llevada a escena, el terror del paso del tiempo -si es que existe más allá de la percepción mental- con un atractivo visual. Una propuesta valiente, será aceptada o no, lo cierto es que es algo diferente, por momentos casi un performance.

Denis González y Horacio Trujillo captan a la perfección como "matar el tiempo", van de la mano con Amador. Cada escena, cada movimiento está plenamente planeado. Los actores no improvisan en ningún momento, se asumen como seres humanos desplazándose en la magnitud del universo teatral. Ambos toman y hacen tomar conciencia sentido o sin sentido de nuestras existencias, sus caracterizaciones van de lo teatral a lo anti teatral -por ejemplo el citado Stand Up-, su expresividad penetra en las conciencias de quienes asisten a tan sui géneris representación. Al final, convencen a propios, dejan la duda en los extraños. El hecho teatral se ha consumado, el tiempo dedicado a la reflexión a concluido en el escenario, el de la meditación posterior puede ser tan largo como cada uno lo desee.

Intervalo se representó en El Milagro, de la Ciudad de México, ahora el colectivo Teatro desde la Nada está en busca de un espacio para programar una temporada más amplia con el propósito que más espectadores tengan la oportunidad de aprobar o desaprobar el arriesgado montaje y decidir si el tiempo sólo es un concepto meramente humano.

Noviembre 2013

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